domingo, 1 de octubre de 2017

El cumpleaños de Benita

Desde que Benita cumplió noventa y cinco años, se celebraba su cumpleaños como si fuera el último. Su vida apacible y tranquila en el campo se transformaba una vez al año en un ir y venir de familiares y amigos, preparativos...Ella vivía dedicada a su huerto, a sus animales y a su lucha clandestina contra la idea del alcalde de que la autopista pasara por el pueblo. Este alcalde recibía periódicamente cartas anónimas de Benita invitándole a desistir de la idea. A regañadientes aceptó poner un teléfono en su casa y así prevenir que la visitaran todos los días para saber cómo estaba, y de paso, hacer alguna que otra llamada anónima a las cuatro de la mañana a la casa del alcalde. Tobías, un sobrino suyo, no comprendía cómo la primera pregunta tras colocar el aparato era cómo llamar sin que aparezca el número. Se lo enseñó, ella se lo agradeció y no se dieron más explicaciones. Pero no consintió en  tener móvil. En un cajón se almacenaban  móviles que le habían regalado y que ella agradecía con cariño al tiempo que los guardaba en un cajón con sus demás hermanos móviles.
        Era víspera de su centésimo cumpleaños y a Tobías se le había metido en la cabeza que ese año iba a ser el último de su tía, pero esta vez de verdad, y había movilizado a los allegados para darle a Benita la mejor despedida. Como era tradición, todos llevaban algo de comer siguiendo las instrucciones de la homenajeada: nada de carne, todo productos de huertas elaborados de forma casera y si alguien llevaba huevos, tenían que ser de gallinas de campo que estuvieran al aire libre y, hacía una apreciación, que se las viera felices, si no, no.
       Benita, por motivos prácticos, había hecho testamento y había especificado quien quería que cuidara de sus animales, no fuera a ser que si la autopista se hiciera, le atropellara un coche por accidente.
       Ella no guardaba dinero, tenía su pensión y hacía cálculos todos los meses para gastársela entera a final de mes.
       El 8 de agosto, el sol había bajado su intensidad para respetar su cumpleaños y un ligero aire de poniente decidió ir al evento, con lo que el día veraniego se tornó fresquísimo y muy agradable.
       A medianoche tenía que finalizar todo, porque Benita tenía el convencimiento de que la noche era para dormir y con eso no partía peras. Los primeros en llegar fueron los músicos de la orquesta sinfónica del pueblo, estaban encantados con homenajear a la cumpleañera, que además era una mecenas de la música, daba aportaciones periódicas al conservartorio para que no cerrara sus puertas por falta de fondos. Después empezaron a llegar los vecinos, que adornaron la casa de Benita. Tobías el organizador, llegó el último porque su tía se había emperrado en que le regalara una campana y había tenido que ir al pueblo de al lado para comprarla. Cuando llegó, se la dio, ella se lo agradeció y como era costumbre no dio más explicaciones.
       La velada se desarrolló entre música, deliciosa comida, risas y muestras de afecto. A la cumpleañera la abrazaban fuerte y a más de alguno se le soltaba alguna lagrimita. Al décimo abrazo de ese estilo Benita, que estaba harta de tanto empalague sentimental, tomó en brazos a su perro Malaspulgas para que hiciera desistir al próximo que la viniera a abrazar.
       LLegó la hora de la tarta. La habían hecho entre siete vecinos, llevaba ocho frutas diferentes, leche vegetal y huevos de unas gallinas felicísimas que vivían en el mejor y más grande corral del pueblo. Una vecina se adelantó a decirle de donde venían los huevos, ella dio su aprobación y pusieron la tarta en medio de la mesa. Como no es de extrañar, la parte superior de la tarta era toda velas. Tobías se había encargado de ponerlas y más de una vez se perdió en la cuenta y tuvo que empezar de nuevo.
       Para soplar las velas necesitó la ayuda de cuatro vecinos de gran capacidad pulmonar, que decidieron soplar cada uno por un cuadrante de la tarta. A continuación llegaron los regalos: un teléfono móvil que Benita agradeció, indicando que, de ese color, era el primero que tenía y que fue derechito al cajón, dos libros de recetas vegetarianas, cuatro botellas de vino dulce ecológico, dos vestidos hechos a mano, un bolso grande de crochet(a opinión de Benita siempre vienen bien, los chicos no, pero en los grandes caben muchas cosas)un juego de tazas con tetera y la mejor noticia que podía recibir: el alcalde había desistido en su empeño sobre la autopista. Esto era debido a la presión recibida y porque una plataforma ciudadana, que también recibía donaciones anónimas... había hecho una campaña de difusión estupenda y había conseguido que todo el pueblo se movilizara a favor de que la autopista no cruzara el pueblo. Tobías fue el encargado de dar tan estupendo anuncio, todos aplaudieron y la homenajeada sonrió como quien recoge los frutos de un trabajo bien hecho. Empezó a pensar que lo siguiente sería iniciar ella misma una campaña a favor de replantar el monte que tenían cerca, pero ya lo estudiaría mejor mañana, quería recrearse en las mieles del triunfo.
       A las once y cincuenta y nueve todos bailaban y a las doce en punto Benita toca la campana, señal inequívoca de que tenían que irse a sus casas.
       El 8 de agosto del año siguiente, Tobías se quebraba la cabeza pensando porqué su tía le había encargado un megáfono. Los allegados de Benita preparaban su cumpleaños como si fuera el último.....

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