martes, 12 de septiembre de 2017

ORIGAMI



Cecilia era diferente, a sus diez años prefería estar haciendo figuras de papel a jugar con los demás niños. De más pequeña podía pasar, pero esa “manía de los papeles” como decía su madre se estaba volviendo un asunto incómodo y ciertamente preocupante.
En las celebraciones, se alejaba de sus primos e iba en busca de servilletas, evitando las de tela. Una vez que hacía acopio de ellas se iba a un rincón y se construía un elenco de papel para una representación que nunca llegaba a darse, porque a Cecilia le gustaba crear figuras, no jugar con ellas. Nunca era invitada a cumpleaños de amigos porque no tenía. Un vecino, Pedro, que tenía dos años menos que ella, quiso invitarla al suyo, porque todavía no había desarrollado la capacidad de discriminar, pero la madre de éste se lo prohibió tajantemente. Quería que la fiesta de su hijo fuera perfecta y una niña rara no cabía, además no quería que su hijo se juntara con ella no fuera a ser que le llamaran raro a él también. No todos los padres del pueblo eran como la madre de Pedro, la mayoría no le invitaban porque pensaban que la niña iba a estar incómoda.
En casa siempre estaba metida en su mundo, sin hablar, rodeada de figuritas de mil formas cuyo número iba creciendo. A pesar de la animadversión que a su madre le daban las figuras, en el fondo, le daba  lástima tirarlas porque había algunas de una inmensa complejidad. Las empezó a almacenar en cajas pero llegó un momento en que vio necesario deshacerse de algunas. Intentó desecharlas sin que su hija se diera cuenta, pero le pescó infraganti tirando una de las cajas enteras al contenedor de papel. Cecilia se le quedó mirando y a Marta le entró una profunda pena pensar que su hija creería que no valoraba sus creaciones.  Sin embargo a la niña le dio igual, ella era feliz elaborándolas, el destino de sus figuras le era indiferente.
En clase siempre estaba distraída y rodeada de figuras hechas con las hojas de su cuaderno. Los demás niños le dejaban a un lado, no porque les cayera mal sino porque no interactuaba con ellos. Estaba relegada a la última fila, ese fue el sitio que le asignó el maestro para que no distrajera al resto de la clase; le dio, eso sí, el beneficio de estar al lado de la ventana. Justo lo que Cecilia necesitaba para terminar de distraerse.
Marta, la madre de Cecilia se enteró de que el maestro de la niña se iba a jubilar y pensó que sería conveniente avisar a su sustituto de las rarezas de su hija para que lo tuviera en cuenta. El nuevo era Pablo, un maestro de vocación que pertenecía a una larga estirpe de abogados que él no continuó. Pablo estaba encantado con su nuevo destino que él mismo había elegido entre varios disponibles. Quería dejar atrás los atascos, la gente con prisa, las masificaciones y en general todo lo relacionado con el estrés de la ciudad. Marta le escribió una carta y se la dio al conserje del colegio con vistas a que el maestro quedara avisado antes de empezar a dar la primera clase. La carta decía así:

Buenos días:
Mi nombre es Marta, le escribo para que tenga en cuenta que mi hija Cecilia tiene una peculiaridad y es que es muy introvertida. Es buena niña, no le regañe con dureza. Don Anselmo, su antecesor, intentó por todas las maneras que cambiase pero no ha sido posible. Los médicos me dicen que no tiene nada y los test de inteligencia los pasó de sobra, pero como podrá comprobar usted, no es normal. Tiene una manía terrible y es hacer figuras de papel a todas horas. Cuando le regalo algo, nunca tira el envoltorio, lo guarda y lo colecciona, parece que le gusta más el papel de regalo que el objeto en sí. Apenas estudia porque se aburre. Don Anselmo bromeaba diciendo que por lo menos tendría trabajo asegurado en unos grandes almacenes envolviendo regalos… La gente del pueblo ya sabe cómo es mi hija y la dejan tranquila, espero que no le moleste mucho en sus clases y cualquier cosa, sólo tiene que decírmelo.
Atentamente: Marta.

El primer día que Pablo pisó el colegio, el conserje tras presentarse, le dio la carta de Marta, diciéndole:
-Aquí le ha dejado una carta la madre de una niña rarita, la pobre mujer no quería que usted empezara la clase sin estar avisado y trajo la carta hace dos días en un ratillo que tuvo libre, trabaja muchas horas de camarera, pero dice que más adelante pedirá permiso para hablar con usted en persona. La niña no da problemas lo que pasa es que está en su mundo.
Pablo, extrañado, leyó detenidamente y, pensativo, fue hacia el aula asignada. Una vez llegó, comprobó que en la última fila en una esquina, había una niña de cabello castaño y corto con flequillo, mirando por la ventana totalmente abstraída y con una hoja arrancada a la que iba a empezar a dar forma de un momento a otro. El resto de alumnos hablaban entre ellos formando un gran alboroto.
Le costó un rato que los niños guardaran silencio. Se presentó y pidió a los alumnos que construyeran con una hoja de cuaderno un soporte para que pusieran su nombre. Cecilia abrió los ojos de par en par, sonrió y se puso manos a la obra. Hizo la mejor pirámide jamás vista en papel. Era la primera vez que una actividad le interesaba en clase.
Los demás niños se habían limitado a doblar la hoja por la mitad, otros, que ya sabían como iba, habían doblado el papel en tres partes con lo que la estructura tenía base y era más sólida. El maestro no les había dado instrucciones de cómo hacerlo y dejó al libre albedrío a los alumnos. Algunos carteles se deshacían con facilidad, sin embargo Cecilia había hecho un trabajo impecable, rellenó las cuatro caras de su pirámide con su nombre, sus apellidos y como le sobraba una, hizo un pliegue para colocar un lápiz.
Pablo se dio una vuelta por las mesas y cuando llegó a la de Cecilia dijo:
-¡Qué maravilla! Chicos tenéis que hacer una estructura como la de ella. Por favor Cecilia, ¿podrías explicarles a tus compañeros cómo has hecho la pirámide?
Algunos compañeros no recordaban la voz de Cecilia por lo poco que hablaba. La niña lo explicó con tanta seguridad y tan claramente que hizo que los demás se interesaran por hacerlo bien. Una vez dio las instrucciones, el maestro le pidió que fuera mesa por mesa asegurándose de que todas las pirámides estuvieran bien hechas y ayudó a rehacerlas en algunos casos.
Pablo preguntó a Cecilia si tenía papeles de colores en su casa para que los trajera al día siguiente porque en el colegio sólo había hojas en blanco. Le explicó un proyecto que no sería posible sin su ayuda. Quería premiar con una figura de papel cada vez que alguien hiciera bien un ejercicio y necesitaba su inestimable colaboración. Pero no sólo tenía que elaborar la figura sino saber si el ejercicio estaba bien o no para dársela por lo que se tendría que aprender la lección a la perfección.
Marta se quedó boquiabierta viendo a su hija estudiar con tanto interés. Cecilia había sido nombrada ayudante del maestro y tan importante nombramiento había llenado de ilusión y motivación a la niña. Una vez terminó de estudiar, recopiló con entusiasmo su colección de papel de regalo, seleccionando cuidadosamente los mejores envoltorios.
Al día siguiente Pablo pidió a sus alumnos que elaboraran un cuento breve ciñéndose a lo que habían estudiado previamente en la lección. Mientras sus compañeros escribían los cuentos, Pablo indicó a Cecilia que hiciera tres figuras para el primer, segundo y tercer mejor cuento. La niña se puso manos a la obra y elaboró una ballena, un cisne y un pavo real. Leyeron sus composiciones y el profesor seleccionó tres y preguntó a Cecilia si cumplían las características del cuento. Los leyó y le dijo que sí, que la selección estaba bien hecha y cumplían con lo de planteamiento, nudo y desenlace. Pablo le agradeció que hubiera estudiado la lección y dejó que hiciera la entrega de premios.
Los ganadores alucinaron con lo bien que estaban hechas las figuras y muchos compañeros pidieron a Cecilia que les hiciera otras para ellos. Las creaciones de la niña empezaron a ser valoradas entre sus compañeros e incluso había quien empezó a coleccionarlas.
Pasaron tres días y los maestros de las otras clases pidieron también ayuda a Cecilia para la elaboración de esos “trofeos” de papel, que tan buenos y motivadores resultados estaban dando en la clase de Pablo.
En menos de una semana Cecilia ya estaba totalmente integrada en su clase y en todo el colegio.
Pablo escribió una carta a la madre de Cecilia.

Le escribo para decirle que a su hija no le pasa nada, su hija es una artista, lleva innato el arte del origami.
Los dones que tenemos  a veces son caprichosos y salen a la luz tarde, como me pasó a mí, que al principio fui abogado como mi padre, mis tíos y mi abuelo y empecé a estudiar magisterio con cuarenta años, cuando me di cuenta de que mi vocación era enseñar. Otras veces se  pueden manifestar temprano y ser poco comunes, éste es el caso de su hija.
Atentamente:
Pablo

Le entregó la carta a Cecilia para que se la diera a su madre y la niña la guardó, pero en cuanto se dio la vuelta el profesor, la leyó y tres compañeros suyos también, que a su vez se lo contaron al resto de la clase. Oficialmente había pasado de tener la manía de los papeles a ser artista del origami.
Ese día al llegar a casa la niña contentísima le dijo a su madre que era artista.
-¡Qué cosas tienes Cecilia!- respondió Marta que vio como su hija sacaba la carta del bolsillo.
Al leerla, se le saltaron las lágrimas y abrazó a su hija.
Pocos después Marta fue a una tutoría con Pablo que le dio unas instrucciones de cómo seguir avanzando con Cecilia.
En las celebraciones ya no estaba aislada haciendo figuras sino que se le encomendó hacer figuras de papel para sus primos y los demás niños para luego jugar con ellas siendo ella la organizadora. Como siempre le encomendaban organizar, se volvió muy disciplinaba y todos le empezaron a tener mucho respeto. Incluso la madre de Luisito le preguntó a Marta si Cecilia le podía dar clases de origami a su hijo porque le habían dicho era bueno para mejorar la memoria, la paciencia y la concentración entre otras cosas. Pedro se convirtió en el primer alumno de la niña.
El peinado de Cecilia, ahora considerado peinado de artista, era imitado por sus compañeras de clase. Siempre había una invitación para ella en el cumpleaños de algún compañero, ahora, que la artista acudiese a alguna fiesta daba caché al evento.
Cuando terminó el colegio, al instituto, fue ya con una consolidada fama de artista, fue nombrada delegada durante algunos cursos por lo bien que gestionaba los asuntos de la clase y daba clases extraescolares de origami a otros alumnos. Empezó también con talleres patrocinados por el ayuntamiento para personas mayores y para todo aquel que se quisiera apuntar. Sus talleres cobraron fama y fue requerida también por otros ayuntamientos cercanos.
A la mayoría de edad estudió Bellas Artes y experimentó con otras formas de expresión pero sus mejores obras las hacía, por supuesto, de figuras de papel. Se convirtió en una de las mejores maestras de origami, hacía viajes frecuentes a Japón y continuó con  talleres para enseñar su técnica allí y en otros países. Cada vez que hacía una exposición, ésta tenía mucho éxito. Su especialidad eran los animales mitológicos aunque también sentía debilidad por los animales acuáticos inventados.
Un día le hicieron una entrevista en un periódico de gran tirada, allí contaba la gratitud que sentía hacia su antiguo maestro Pablo y alababa sus métodos para integrar y motivar a los alumnos. El periódico cayó en manos del anciano padre de Pablo, un hombre serio y rígido que no llevó muy bien que su hijo no continuase con su trabajo de abogado, e incluso se llevó varios años enfadado por ese asunto y siempre que tenía ocasión le recriminaba su decisión. En la entrevista, Cecilia se había esmerado en resaltar el don que tenía Pablo como maestro, de tal forma, que quedaba totalmente claro que su misión en esta vida era la opción que finalmente eligió. Tras leer las emotivas palabras de la que fue alumna de su hijo, sintió por primera vez un remordimiento inmenso por haber intentado que Pablo fuera algo diferente a lo que él quería. Recordó cómo le obligó con dieciocho años a matricularse en Derecho y en definitiva a vivir, durante un tiempo, una vida que no era la suya. Se sintió orgulloso de su hijo y lo llamó inmediatamente. Hablaron durante más de una hora.
En una de sus exposiciones, Cecilia tuvo dos invitados especiales Pablo y el padre de éste  que había insistido en conocerla. El anciano llevaba el recorte de la entrevista en la que hablaba de su hijo y le pidió que hiciera una figura de recuerdo. Cecilia hizo un sencillo  y precioso corazón que el anciano guardó como un tesoro.



FIN