Desde que Benita
cumplió noventa y cinco años, se celebraba su cumpleaños como si fuera el
último. Su vida apacible y tranquila en el campo se transformaba una vez al año
en un ir y venir de familiares y amigos, preparativos...Ella vivía dedicada a
su huerto, a sus animales y a su lucha clandestina contra la idea del alcalde
de que la autopista pasara por el pueblo. Este alcalde recibía periódicamente
cartas anónimas de Benita invitándole a desistir de la idea. A regañadientes
aceptó poner un teléfono en su casa y así prevenir que la visitaran todos los
días para saber cómo estaba, y de paso, hacer alguna que otra llamada anónima a
las cuatro de la mañana a la casa del alcalde. Tobías, un sobrino suyo, no
comprendía cómo la primera pregunta tras colocar el aparato era cómo llamar sin
que aparezca el número. Se lo enseñó, ella se lo agradeció y no se dieron más
explicaciones. Pero no consintió en tener móvil. En un cajón se
almacenaban móviles que le habían regalado y que ella agradecía con
cariño al tiempo que los guardaba en un cajón con sus demás hermanos móviles.
Era víspera de su centésimo
cumpleaños y a Tobías se le había metido en la cabeza que ese año iba a ser el
último de su tía, pero esta vez de verdad, y había movilizado a los allegados
para darle a Benita la mejor despedida. Como era tradición, todos llevaban
algo de comer siguiendo las instrucciones de la homenajeada: nada de carne,
todo productos de huertas elaborados de forma casera y si alguien llevaba
huevos, tenían que ser de gallinas de campo que estuvieran al aire libre y,
hacía una apreciación, que se las viera felices, si no, no.
Benita, por motivos prácticos,
había hecho testamento y había especificado quien quería que cuidara de sus
animales, no fuera a ser que si la autopista se hiciera, le atropellara un
coche por accidente.
Ella no guardaba dinero, tenía su
pensión y hacía cálculos todos los meses para gastársela entera a final de mes.
El 8 de agosto, el sol había
bajado su intensidad para respetar su cumpleaños y un ligero aire de poniente
decidió ir al evento, con lo que el día veraniego se tornó fresquísimo y muy
agradable.
A medianoche tenía que finalizar
todo, porque Benita tenía el convencimiento de que la noche era para dormir y
con eso no partía peras. Los primeros en llegar fueron los músicos de la
orquesta sinfónica del pueblo, estaban encantados con homenajear a la
cumpleañera, que además era una mecenas de la música, daba aportaciones
periódicas al conservartorio para que no cerrara sus puertas por falta de
fondos. Después empezaron a llegar los vecinos, que adornaron la casa de Benita.
Tobías el organizador, llegó el último porque su tía se había emperrado en que
le regalara una campana y había tenido que ir al pueblo de al lado para
comprarla. Cuando llegó, se la dio, ella se lo agradeció y como era costumbre
no dio más explicaciones.
La velada se desarrolló entre
música, deliciosa comida, risas y muestras de afecto. A la cumpleañera la
abrazaban fuerte y a más de alguno se le soltaba alguna lagrimita. Al décimo
abrazo de ese estilo Benita, que estaba harta de tanto empalague sentimental,
tomó en brazos a su perro Malaspulgas para que hiciera desistir al próximo que
la viniera a abrazar.
LLegó la hora de la tarta. La
habían hecho entre siete vecinos, llevaba ocho frutas diferentes, leche vegetal
y huevos de unas gallinas felicísimas que vivían en el mejor y más grande
corral del pueblo. Una vecina se adelantó a decirle de donde venían los huevos,
ella dio su aprobación y pusieron la tarta en medio de la mesa. Como no es de
extrañar, la parte superior de la tarta era toda velas. Tobías se había
encargado de ponerlas y más de una vez se perdió en la cuenta y tuvo que
empezar de nuevo.
Para soplar las velas necesitó la
ayuda de cuatro vecinos de gran capacidad pulmonar, que decidieron soplar cada
uno por un cuadrante de la tarta. A continuación llegaron los regalos: un
teléfono móvil que Benita agradeció, indicando que, de ese color, era el
primero que tenía y que fue derechito al cajón, dos libros de recetas
vegetarianas, cuatro botellas de vino dulce ecológico, dos vestidos hechos a
mano, un bolso grande de crochet(a opinión de Benita siempre vienen bien, los
chicos no, pero en los grandes caben muchas cosas)un juego de tazas con tetera
y la mejor noticia que podía recibir: el alcalde había desistido en su empeño
sobre la autopista. Esto era debido a la presión recibida y porque una
plataforma ciudadana, que también recibía donaciones anónimas... había hecho
una campaña de difusión estupenda y había conseguido que todo el pueblo se
movilizara a favor de que la autopista no cruzara el pueblo. Tobías fue el
encargado de dar tan estupendo anuncio, todos aplaudieron y la homenajeada
sonrió como quien recoge los frutos de un trabajo bien hecho. Empezó a pensar
que lo siguiente sería iniciar ella misma una campaña a favor de replantar el
monte que tenían cerca, pero ya lo estudiaría mejor mañana, quería recrearse en
las mieles del triunfo.
A las once y cincuenta y nueve
todos bailaban y a las doce en punto Benita toca la campana, señal inequívoca
de que tenían que irse a sus casas.
El 8 de agosto del año siguiente,
Tobías se quebraba la cabeza pensando porqué su tía le había encargado un megáfono.
Los allegados de Benita preparaban su cumpleaños como si fuera el último.....