martes, 17 de octubre de 2017

Guayarmina

Era temprano, pero Guayarmina ya estaba en la cama, le habían mandado acostarse pronto. Ella, disciplinada, hizo caso. Tenía la costumbre de dormir con un muñeco de trapo. Lo había bautizado con el nombre de Rayco; así se llamaba también el compañero de juegos de su isla natal, al que hacía mucho tiempo que no veía, quizás demasiado. El muñeco tenía la cara manchada de yogur porque a Guayarmina le gustaba compartir el postre con él, cosa que a su cuidadora le hacía mucha gracia cuando lo veía pero no tanto tener que limpiarlo.
Eligió soñar con una nueva travesura para contársela a su amigo. Algo como subir a los árboles y que todo el mundo les buscase. Soltó una carcajada pensando en cómo ella y Rayco desde lo alto verían a los mayores buscar sin éxito.
Fuera llovía y esto le impedía conciliar el sueño. Pensó en la ropa tendida, no recordaba si tenía responsabilidad sobre ello, pero pensar que la ropa pudiera estar empapada le producía intranquilidad. Al rato se olvidó del asunto y encendió la luz de la mesita de noche. Al lado de la lámpara había un cuaderno con instrucciones sobre cómo tomar una serie de medicamentos. Guayarmina tomaba mucha medicación sin saber por qué, alguien se la daba, su madre quizás, o era su madrina, la tita Virtudes…Arrancó una de las hojas del cuaderno y empezó a hacer dobleces, se le daba bastante bien, sobre todo hacer abanicos de papel.
Se aburría, apagó la luz e intentó dormir. El sueño empezó a hacer mella en ella, pero recordó que no se había lavado los dientes. En su cabeza oía las palabras de su madre: "sin dientes limpios no hay sueños bonitos".
A pesar de que le daba mucha pereza, se levantó, se calzó sus zapatillas y fue derecha al cuarto de aseo. Le costaba mucho andar y tenía dolores en la espalda, se iba apoyando en la pared.
Al llegar, el espejo que allí había le descubrió a una anciana de pelo blanco, en cuya boca no asomaba ningún diente. En un momento de lucidez, Guayarmina soltó un suspiro.
A los dos segundos estaba buscando su cepillo de dientes y al no encontrarlo empezó a llamar a su madre…

domingo, 8 de octubre de 2017

Cliente exclusivo

En la tienda de cosméticos más exclusiva de la ciudad, Clara recibía instrucciones de su nerviosa encargada.
-Tienes que hacer el inventario semanal, que no se te olvide reponer, sobre todo los coloretes, que esté todo muy ordenado y con los precios puestos. Ha llegado una caja con muestras de maquillaje, me las llevo casi todas, dejo unas pocas en el cajón para que las regales, pero ojo, sólo a clientes exclusivos… tú ya me entiendes. Bueno me voy ya, te dejo a cargo de la tienda. Si surge algún problema no me llames a mí, arréglalo tú…Y no vuelvas a venir sin estar maquillada, me duele la boca de decírtelo…
La encargada cruzó la puerta tan rápido que dejó a Clara con un “vale, adiós” en la boca. Como no había ningún cliente, aprovechó para hacer el inventario aunque en  realidad era una tarea de su encargada. Cuando terminó, abrió el cajón con las muestras y decidió meterlas en una pequeña cesta que adornó con una cinta. Había pintalabios, coloretes y sombras de ojos en colores claros, que era justo lo que no le gustaba a la encargada que siempre iba pintadísima en tonos oscuros.
Clara empezó a trabajar en la tienda de cosméticos desde hacía dos años para pagarse sus estudios de Bellas Artes, lo único que le gustaba de trabajar allí era el sinfín de colores de todo tipo que había. La verdad es que no tenía mucha idea de cosmética pero aconsejaba muy bien sobre tonalidades.
 Entró un hombre y compró el primer estuche de maquillaje que vio, le pidió a Clara que lo envolviera para regalo. Ella pensó que ese hombre había comprado el regalo más despersonalizado del mundo, ni siquiera había abierto el estuche para ver las tonalidades.
-¿Quiere usted que le enseñe los colores que lleva?-preguntó Clara.
-No, me lo envuelves como te he dicho y ya está. Con que sea de marca…
Se lo envolvió con esmero. El hombre pagó y con el mismo desinterés que entró, salió. Igual éste era lo que su encargada llamaba “cliente exclusivo” pero no para Clara.
Al rato entraron dos jóvenes muy elegantes que compraron esmalte de uñas de temporada de una firma muy cara. Se quejaban de que los botes eran minúsculos y que tampoco era para tanto porque la laca se resquebrajaba al día siguiente. Clara, aun sabiendo que como su encargada le escuchase iban a caer rayos del cielo, les dijo que por la mitad de precio los tenía de otra marca que no era tan conocida pero que tenía mejor calidad. Una de las jóvenes le dijo:
-Es que si no se conoce la marca no tiene gracia…
La otra joven miró de arriba abajo a Clara como si hubiese cometido sacrilegio, por lo que la dependienta decidió que la cesta de las muestras iba a seguir en el cajón un poco más.
Siguieron entrando clientes pero ninguno exclusivo para los ojos de Clara.
Veinte minutos antes de cerrar entró Lola, la limpiadora de la tienda, tras saludar a Clara, le dijo que iba a echar un vistazo para comprarle algo a su hermana. Se llevó todo el tiempo mirando exhaustivamente los colores que creía que le iban a gustar, su presupuesto le daba sólo para un pintalabios y se lo llevó a Clara para que se lo cobrase.
-Buena elección Lola, un tono claro muy favorecedor.
- Sí, a mi hermana le encantan los tonos claros, me gustaría comprarle algo más, pero estos precios son imposibles…

-Pues… ¿sabes qué Lola? Ese mismo color está en la cesta de maquillaje que te acabas de ganar por ser la cliente más exclusiva que ha pasado por la tienda- y diciendo esto volvió a colocar la barrita en el expositor y entregó la cesta a la agradecida Lola.

domingo, 1 de octubre de 2017

El cumpleaños de Benita

Desde que Benita cumplió noventa y cinco años, se celebraba su cumpleaños como si fuera el último. Su vida apacible y tranquila en el campo se transformaba una vez al año en un ir y venir de familiares y amigos, preparativos...Ella vivía dedicada a su huerto, a sus animales y a su lucha clandestina contra la idea del alcalde de que la autopista pasara por el pueblo. Este alcalde recibía periódicamente cartas anónimas de Benita invitándole a desistir de la idea. A regañadientes aceptó poner un teléfono en su casa y así prevenir que la visitaran todos los días para saber cómo estaba, y de paso, hacer alguna que otra llamada anónima a las cuatro de la mañana a la casa del alcalde. Tobías, un sobrino suyo, no comprendía cómo la primera pregunta tras colocar el aparato era cómo llamar sin que aparezca el número. Se lo enseñó, ella se lo agradeció y no se dieron más explicaciones. Pero no consintió en  tener móvil. En un cajón se almacenaban  móviles que le habían regalado y que ella agradecía con cariño al tiempo que los guardaba en un cajón con sus demás hermanos móviles.
        Era víspera de su centésimo cumpleaños y a Tobías se le había metido en la cabeza que ese año iba a ser el último de su tía, pero esta vez de verdad, y había movilizado a los allegados para darle a Benita la mejor despedida. Como era tradición, todos llevaban algo de comer siguiendo las instrucciones de la homenajeada: nada de carne, todo productos de huertas elaborados de forma casera y si alguien llevaba huevos, tenían que ser de gallinas de campo que estuvieran al aire libre y, hacía una apreciación, que se las viera felices, si no, no.
       Benita, por motivos prácticos, había hecho testamento y había especificado quien quería que cuidara de sus animales, no fuera a ser que si la autopista se hiciera, le atropellara un coche por accidente.
       Ella no guardaba dinero, tenía su pensión y hacía cálculos todos los meses para gastársela entera a final de mes.
       El 8 de agosto, el sol había bajado su intensidad para respetar su cumpleaños y un ligero aire de poniente decidió ir al evento, con lo que el día veraniego se tornó fresquísimo y muy agradable.
       A medianoche tenía que finalizar todo, porque Benita tenía el convencimiento de que la noche era para dormir y con eso no partía peras. Los primeros en llegar fueron los músicos de la orquesta sinfónica del pueblo, estaban encantados con homenajear a la cumpleañera, que además era una mecenas de la música, daba aportaciones periódicas al conservartorio para que no cerrara sus puertas por falta de fondos. Después empezaron a llegar los vecinos, que adornaron la casa de Benita. Tobías el organizador, llegó el último porque su tía se había emperrado en que le regalara una campana y había tenido que ir al pueblo de al lado para comprarla. Cuando llegó, se la dio, ella se lo agradeció y como era costumbre no dio más explicaciones.
       La velada se desarrolló entre música, deliciosa comida, risas y muestras de afecto. A la cumpleañera la abrazaban fuerte y a más de alguno se le soltaba alguna lagrimita. Al décimo abrazo de ese estilo Benita, que estaba harta de tanto empalague sentimental, tomó en brazos a su perro Malaspulgas para que hiciera desistir al próximo que la viniera a abrazar.
       LLegó la hora de la tarta. La habían hecho entre siete vecinos, llevaba ocho frutas diferentes, leche vegetal y huevos de unas gallinas felicísimas que vivían en el mejor y más grande corral del pueblo. Una vecina se adelantó a decirle de donde venían los huevos, ella dio su aprobación y pusieron la tarta en medio de la mesa. Como no es de extrañar, la parte superior de la tarta era toda velas. Tobías se había encargado de ponerlas y más de una vez se perdió en la cuenta y tuvo que empezar de nuevo.
       Para soplar las velas necesitó la ayuda de cuatro vecinos de gran capacidad pulmonar, que decidieron soplar cada uno por un cuadrante de la tarta. A continuación llegaron los regalos: un teléfono móvil que Benita agradeció, indicando que, de ese color, era el primero que tenía y que fue derechito al cajón, dos libros de recetas vegetarianas, cuatro botellas de vino dulce ecológico, dos vestidos hechos a mano, un bolso grande de crochet(a opinión de Benita siempre vienen bien, los chicos no, pero en los grandes caben muchas cosas)un juego de tazas con tetera y la mejor noticia que podía recibir: el alcalde había desistido en su empeño sobre la autopista. Esto era debido a la presión recibida y porque una plataforma ciudadana, que también recibía donaciones anónimas... había hecho una campaña de difusión estupenda y había conseguido que todo el pueblo se movilizara a favor de que la autopista no cruzara el pueblo. Tobías fue el encargado de dar tan estupendo anuncio, todos aplaudieron y la homenajeada sonrió como quien recoge los frutos de un trabajo bien hecho. Empezó a pensar que lo siguiente sería iniciar ella misma una campaña a favor de replantar el monte que tenían cerca, pero ya lo estudiaría mejor mañana, quería recrearse en las mieles del triunfo.
       A las once y cincuenta y nueve todos bailaban y a las doce en punto Benita toca la campana, señal inequívoca de que tenían que irse a sus casas.
       El 8 de agosto del año siguiente, Tobías se quebraba la cabeza pensando porqué su tía le había encargado un megáfono. Los allegados de Benita preparaban su cumpleaños como si fuera el último.....

martes, 12 de septiembre de 2017

ORIGAMI



Cecilia era diferente, a sus diez años prefería estar haciendo figuras de papel a jugar con los demás niños. De más pequeña podía pasar, pero esa “manía de los papeles” como decía su madre se estaba volviendo un asunto incómodo y ciertamente preocupante.
En las celebraciones, se alejaba de sus primos e iba en busca de servilletas, evitando las de tela. Una vez que hacía acopio de ellas se iba a un rincón y se construía un elenco de papel para una representación que nunca llegaba a darse, porque a Cecilia le gustaba crear figuras, no jugar con ellas. Nunca era invitada a cumpleaños de amigos porque no tenía. Un vecino, Pedro, que tenía dos años menos que ella, quiso invitarla al suyo, porque todavía no había desarrollado la capacidad de discriminar, pero la madre de éste se lo prohibió tajantemente. Quería que la fiesta de su hijo fuera perfecta y una niña rara no cabía, además no quería que su hijo se juntara con ella no fuera a ser que le llamaran raro a él también. No todos los padres del pueblo eran como la madre de Pedro, la mayoría no le invitaban porque pensaban que la niña iba a estar incómoda.
En casa siempre estaba metida en su mundo, sin hablar, rodeada de figuritas de mil formas cuyo número iba creciendo. A pesar de la animadversión que a su madre le daban las figuras, en el fondo, le daba  lástima tirarlas porque había algunas de una inmensa complejidad. Las empezó a almacenar en cajas pero llegó un momento en que vio necesario deshacerse de algunas. Intentó desecharlas sin que su hija se diera cuenta, pero le pescó infraganti tirando una de las cajas enteras al contenedor de papel. Cecilia se le quedó mirando y a Marta le entró una profunda pena pensar que su hija creería que no valoraba sus creaciones.  Sin embargo a la niña le dio igual, ella era feliz elaborándolas, el destino de sus figuras le era indiferente.
En clase siempre estaba distraída y rodeada de figuras hechas con las hojas de su cuaderno. Los demás niños le dejaban a un lado, no porque les cayera mal sino porque no interactuaba con ellos. Estaba relegada a la última fila, ese fue el sitio que le asignó el maestro para que no distrajera al resto de la clase; le dio, eso sí, el beneficio de estar al lado de la ventana. Justo lo que Cecilia necesitaba para terminar de distraerse.
Marta, la madre de Cecilia se enteró de que el maestro de la niña se iba a jubilar y pensó que sería conveniente avisar a su sustituto de las rarezas de su hija para que lo tuviera en cuenta. El nuevo era Pablo, un maestro de vocación que pertenecía a una larga estirpe de abogados que él no continuó. Pablo estaba encantado con su nuevo destino que él mismo había elegido entre varios disponibles. Quería dejar atrás los atascos, la gente con prisa, las masificaciones y en general todo lo relacionado con el estrés de la ciudad. Marta le escribió una carta y se la dio al conserje del colegio con vistas a que el maestro quedara avisado antes de empezar a dar la primera clase. La carta decía así:

Buenos días:
Mi nombre es Marta, le escribo para que tenga en cuenta que mi hija Cecilia tiene una peculiaridad y es que es muy introvertida. Es buena niña, no le regañe con dureza. Don Anselmo, su antecesor, intentó por todas las maneras que cambiase pero no ha sido posible. Los médicos me dicen que no tiene nada y los test de inteligencia los pasó de sobra, pero como podrá comprobar usted, no es normal. Tiene una manía terrible y es hacer figuras de papel a todas horas. Cuando le regalo algo, nunca tira el envoltorio, lo guarda y lo colecciona, parece que le gusta más el papel de regalo que el objeto en sí. Apenas estudia porque se aburre. Don Anselmo bromeaba diciendo que por lo menos tendría trabajo asegurado en unos grandes almacenes envolviendo regalos… La gente del pueblo ya sabe cómo es mi hija y la dejan tranquila, espero que no le moleste mucho en sus clases y cualquier cosa, sólo tiene que decírmelo.
Atentamente: Marta.

El primer día que Pablo pisó el colegio, el conserje tras presentarse, le dio la carta de Marta, diciéndole:
-Aquí le ha dejado una carta la madre de una niña rarita, la pobre mujer no quería que usted empezara la clase sin estar avisado y trajo la carta hace dos días en un ratillo que tuvo libre, trabaja muchas horas de camarera, pero dice que más adelante pedirá permiso para hablar con usted en persona. La niña no da problemas lo que pasa es que está en su mundo.
Pablo, extrañado, leyó detenidamente y, pensativo, fue hacia el aula asignada. Una vez llegó, comprobó que en la última fila en una esquina, había una niña de cabello castaño y corto con flequillo, mirando por la ventana totalmente abstraída y con una hoja arrancada a la que iba a empezar a dar forma de un momento a otro. El resto de alumnos hablaban entre ellos formando un gran alboroto.
Le costó un rato que los niños guardaran silencio. Se presentó y pidió a los alumnos que construyeran con una hoja de cuaderno un soporte para que pusieran su nombre. Cecilia abrió los ojos de par en par, sonrió y se puso manos a la obra. Hizo la mejor pirámide jamás vista en papel. Era la primera vez que una actividad le interesaba en clase.
Los demás niños se habían limitado a doblar la hoja por la mitad, otros, que ya sabían como iba, habían doblado el papel en tres partes con lo que la estructura tenía base y era más sólida. El maestro no les había dado instrucciones de cómo hacerlo y dejó al libre albedrío a los alumnos. Algunos carteles se deshacían con facilidad, sin embargo Cecilia había hecho un trabajo impecable, rellenó las cuatro caras de su pirámide con su nombre, sus apellidos y como le sobraba una, hizo un pliegue para colocar un lápiz.
Pablo se dio una vuelta por las mesas y cuando llegó a la de Cecilia dijo:
-¡Qué maravilla! Chicos tenéis que hacer una estructura como la de ella. Por favor Cecilia, ¿podrías explicarles a tus compañeros cómo has hecho la pirámide?
Algunos compañeros no recordaban la voz de Cecilia por lo poco que hablaba. La niña lo explicó con tanta seguridad y tan claramente que hizo que los demás se interesaran por hacerlo bien. Una vez dio las instrucciones, el maestro le pidió que fuera mesa por mesa asegurándose de que todas las pirámides estuvieran bien hechas y ayudó a rehacerlas en algunos casos.
Pablo preguntó a Cecilia si tenía papeles de colores en su casa para que los trajera al día siguiente porque en el colegio sólo había hojas en blanco. Le explicó un proyecto que no sería posible sin su ayuda. Quería premiar con una figura de papel cada vez que alguien hiciera bien un ejercicio y necesitaba su inestimable colaboración. Pero no sólo tenía que elaborar la figura sino saber si el ejercicio estaba bien o no para dársela por lo que se tendría que aprender la lección a la perfección.
Marta se quedó boquiabierta viendo a su hija estudiar con tanto interés. Cecilia había sido nombrada ayudante del maestro y tan importante nombramiento había llenado de ilusión y motivación a la niña. Una vez terminó de estudiar, recopiló con entusiasmo su colección de papel de regalo, seleccionando cuidadosamente los mejores envoltorios.
Al día siguiente Pablo pidió a sus alumnos que elaboraran un cuento breve ciñéndose a lo que habían estudiado previamente en la lección. Mientras sus compañeros escribían los cuentos, Pablo indicó a Cecilia que hiciera tres figuras para el primer, segundo y tercer mejor cuento. La niña se puso manos a la obra y elaboró una ballena, un cisne y un pavo real. Leyeron sus composiciones y el profesor seleccionó tres y preguntó a Cecilia si cumplían las características del cuento. Los leyó y le dijo que sí, que la selección estaba bien hecha y cumplían con lo de planteamiento, nudo y desenlace. Pablo le agradeció que hubiera estudiado la lección y dejó que hiciera la entrega de premios.
Los ganadores alucinaron con lo bien que estaban hechas las figuras y muchos compañeros pidieron a Cecilia que les hiciera otras para ellos. Las creaciones de la niña empezaron a ser valoradas entre sus compañeros e incluso había quien empezó a coleccionarlas.
Pasaron tres días y los maestros de las otras clases pidieron también ayuda a Cecilia para la elaboración de esos “trofeos” de papel, que tan buenos y motivadores resultados estaban dando en la clase de Pablo.
En menos de una semana Cecilia ya estaba totalmente integrada en su clase y en todo el colegio.
Pablo escribió una carta a la madre de Cecilia.

Le escribo para decirle que a su hija no le pasa nada, su hija es una artista, lleva innato el arte del origami.
Los dones que tenemos  a veces son caprichosos y salen a la luz tarde, como me pasó a mí, que al principio fui abogado como mi padre, mis tíos y mi abuelo y empecé a estudiar magisterio con cuarenta años, cuando me di cuenta de que mi vocación era enseñar. Otras veces se  pueden manifestar temprano y ser poco comunes, éste es el caso de su hija.
Atentamente:
Pablo

Le entregó la carta a Cecilia para que se la diera a su madre y la niña la guardó, pero en cuanto se dio la vuelta el profesor, la leyó y tres compañeros suyos también, que a su vez se lo contaron al resto de la clase. Oficialmente había pasado de tener la manía de los papeles a ser artista del origami.
Ese día al llegar a casa la niña contentísima le dijo a su madre que era artista.
-¡Qué cosas tienes Cecilia!- respondió Marta que vio como su hija sacaba la carta del bolsillo.
Al leerla, se le saltaron las lágrimas y abrazó a su hija.
Pocos después Marta fue a una tutoría con Pablo que le dio unas instrucciones de cómo seguir avanzando con Cecilia.
En las celebraciones ya no estaba aislada haciendo figuras sino que se le encomendó hacer figuras de papel para sus primos y los demás niños para luego jugar con ellas siendo ella la organizadora. Como siempre le encomendaban organizar, se volvió muy disciplinaba y todos le empezaron a tener mucho respeto. Incluso la madre de Luisito le preguntó a Marta si Cecilia le podía dar clases de origami a su hijo porque le habían dicho era bueno para mejorar la memoria, la paciencia y la concentración entre otras cosas. Pedro se convirtió en el primer alumno de la niña.
El peinado de Cecilia, ahora considerado peinado de artista, era imitado por sus compañeras de clase. Siempre había una invitación para ella en el cumpleaños de algún compañero, ahora, que la artista acudiese a alguna fiesta daba caché al evento.
Cuando terminó el colegio, al instituto, fue ya con una consolidada fama de artista, fue nombrada delegada durante algunos cursos por lo bien que gestionaba los asuntos de la clase y daba clases extraescolares de origami a otros alumnos. Empezó también con talleres patrocinados por el ayuntamiento para personas mayores y para todo aquel que se quisiera apuntar. Sus talleres cobraron fama y fue requerida también por otros ayuntamientos cercanos.
A la mayoría de edad estudió Bellas Artes y experimentó con otras formas de expresión pero sus mejores obras las hacía, por supuesto, de figuras de papel. Se convirtió en una de las mejores maestras de origami, hacía viajes frecuentes a Japón y continuó con  talleres para enseñar su técnica allí y en otros países. Cada vez que hacía una exposición, ésta tenía mucho éxito. Su especialidad eran los animales mitológicos aunque también sentía debilidad por los animales acuáticos inventados.
Un día le hicieron una entrevista en un periódico de gran tirada, allí contaba la gratitud que sentía hacia su antiguo maestro Pablo y alababa sus métodos para integrar y motivar a los alumnos. El periódico cayó en manos del anciano padre de Pablo, un hombre serio y rígido que no llevó muy bien que su hijo no continuase con su trabajo de abogado, e incluso se llevó varios años enfadado por ese asunto y siempre que tenía ocasión le recriminaba su decisión. En la entrevista, Cecilia se había esmerado en resaltar el don que tenía Pablo como maestro, de tal forma, que quedaba totalmente claro que su misión en esta vida era la opción que finalmente eligió. Tras leer las emotivas palabras de la que fue alumna de su hijo, sintió por primera vez un remordimiento inmenso por haber intentado que Pablo fuera algo diferente a lo que él quería. Recordó cómo le obligó con dieciocho años a matricularse en Derecho y en definitiva a vivir, durante un tiempo, una vida que no era la suya. Se sintió orgulloso de su hijo y lo llamó inmediatamente. Hablaron durante más de una hora.
En una de sus exposiciones, Cecilia tuvo dos invitados especiales Pablo y el padre de éste  que había insistido en conocerla. El anciano llevaba el recorte de la entrevista en la que hablaba de su hijo y le pidió que hiciera una figura de recuerdo. Cecilia hizo un sencillo  y precioso corazón que el anciano guardó como un tesoro.



FIN